Construir un mundo marzo 14, 2022 – Publicado en: Novela

 

Por Gerardo Burton

A Ricardo Costa, como decía el general, lo conocí naranjo. Estas palabras para Otro cuerpo hunde tu memoriason, entonces, parte de una secuencia natural que enlaza un largo itinerario, que no termina.

Quienes aquí estamos, en mayor o menor medida conocemos cuáles han sido los mojones de ese trayecto a lo largo de estas décadas, en la poesía, en la pelea por encontrar un lugar para estas epifanías, necesarias en una sociedad enriquecida por el subsuelo y muchas veces más ocupada en estatus y ostentación que en encontrarse a sí misma, en saber quién somos.

La voz de los poetas permite mirar ese paisaje y cuidarlo de la devastación; la voz de los narradores y los dramaturgos añade épica a la tragedia de estos pueblos. Es un lugar que hemos ganado “no conversando continuamente de literatura, sino escribiendo en orgullosa soledad libros que encierran la violencia de un cross a la mandíbula. Sí, un libro tras otro, y que los eunucos bufen”, como proponía Arlt en ese tan citado prólogo a Los lanzallamas. Éste es el punto que nos convoca hoy.

En esta novela, Costa exhibe la voluntad de construir un mundo. No es ocioso hablar de voluntad en este autor: ya en su poesía, hay una laboriosa edificación del poema. Nada queda librado al azar, sea en el nivel de las imágenes -metáforas u otras figuras- sea en el del sentido. Y siempre sus remates son precisos, tajantes, como si un bisturí rasgara el aire. No hay mucho por añadir, salvo seguir la línea que el poeta propone. Como ejemplo, las palabras finales de Otro cuerpo hunde tu memoria:

Esa mujer que ignoraba la azarosa sutura que trama el pasado espera por él, por el padre del hijo por venir.

Una mujer que trata de ordenar sin acierto las partes visibles de quien flota en el río, a la espera de que algo suceda para devolverlo a tierra firme.

Esa mujer que enciende el televisor y se deja atrapar por un meloso tema de Paul Anka, recoge ropa para lavar, papeles esparcidos sobre la mesa, café a medio beber y otra fotografía, la de un hombre, otro, que la interroga con tristeza desde una canoa, de espaldas al lente de la cámara, pero observando hacia atrás, sobre el hombro, a quien pretende retener un presente absoluto por detrás de un tiempo que lo pudre todo”.

 

En este final se condensa una narración que comienza en 1939 en el Río de la Plata, cuando el estallido del Graf Spee hiere en la espalda a un inmigrante italiano. Desde ese momento, Ricardo Costa urde un rompecabezas donde cada pieza va ocupando su lugar, y los vacíos que quedan entre ellas en el proceso se cubren de a poco hasta conformar este mosaico donde no hay hilacha que cuelgue: los hechos se concatenan, los personajes se ensamblan, el sentido se construye. Porque así todo conduce a un punto donde confluyen las existencias personales, las escenas, las acciones, las motivaciones, la historia política del país y del mundo.

Costa demuestra, de manera paulatina, cómo pueden establecerse genealogías. Una puede ser la de tres naufragios. El primero desata la narración: Antonio Conti, un grumete calabrés que, sin haber pasado por migraciones se llama todavía Antonio Tulio Stracchia Contini; el segundo, el de la fragata británica Fama que llevará a Mariano Moreno a su muerte, y, tercero, el inconcluso de Bruno Conti y Toño Tonelli hacia el fin de la novela (p. 152)

Otra genealogía se construye a partir de un personaje absolutamente secundario: el subinspector de investigaciones Miguel Villegas, a quien un jefe atribuye ascendencia heroica al asociarlo al coronel homónimo que designa hoy una cooperativa teatral la capital de Neuquén. Dice Costa:

 

Su superior inmediato en el cargo, el comisario Celso Galván, tenía especial consideración por él, ya que su subordinado era portador de un apellido ilustre para el bronce patriótico. Pero Miguel jamás tuvo certeza de que fuera descendiente del coronel Conrado Villegas, el mismo que continuara la arremetida final contra el pueblo mapuche en la campaña al desierto de 1879” (p. 101-102)… Y finaliza ese sub-relato el autor:

Desde aquella discutida campaña del siglo XIX y hasta el presente, el apellido Villegas recaló bajo distintos formatos en la geografía urbana nacional, principalmente en territorio patagónico. Además del repertorio que designa calles, avenidas, plazas, bustos y escuelas con su nombre, hubo un espacio cultural en la ciudad de Neuquén que se sumó a la lista” (p. 103). Y luego, Costa ubica a Luisa Correa, la mujer de Antonio Conti, como espectadora de la película El fin de la noche, cuando la cooperativa fue una sala de cine en la década del cuarenta.

Con estos ejemplos intento señalar cómo Costa construye su novela. La narración es su estilo -como el poema es su estilo- y funciona entonces como un organismo. El novelista es un demiurgo que hace de la narración un río con meandros, afluentes, tributarios, que marcha hacia su océano sin prisa y sin detenerse, volcándose como un sereno aluvión narrativo.

Dos palabras justamente acerca de sus novelas anteriores, Fauna terca y Todos tus huesos apuntan al cielo. En estos dos libros, que son una larga historia desdoblada, Costa inicia una saga en el pueblo de San Agustín, una localidad de la Patagonia que tiene antecedentes en el Santa María de Onetti, el Macondo de García Márquez o el Yoknapatawpha de Faulkner. En estas novelas, Costa mira el país desde ese poblado casi rural del sur, primero, y luego, desde Buenos Aires. En ambas novelas hay historias de crueldad, sometimiento y encierro: una atmósfera claustrofóbica en instituciones militares oficiales y clandestinas, y algunos momentos de liberación.

Por último: Otro cuerpo… contiene los doscientos años años de historia argentina: entre tantos hechos aparecen mencionados las guerras civiles; unitarios y federales; Sarmiento y sus maestras; Rosas y su resistencia emancipadora; Garibaldi y su contrato mercenario por parte de los unitarios; Perón, el 17 de octubre, el 16 de junio, su regreso y su muerte y más: las luchas contra fascismo y nazismo en Europa. Quizás por eso es más valorable el ejercicio del oficio por parte de Costa: impone a la novela una racionalidad que recuerda aquello que decía respecto de Fauna terca, su primera novela, “se trata de narrar el caos”. (Publicó Espacio Hudson, la editorial dirigida por Cristian Aliaga en Comodoro Rivadavia).

Ricardo Costa es escritor y docente. Nació en Buenos Aires en 1958 y reside en Neuquén. Entre otros títulos, ha publicado Teatro teorema (1996); Mundo crudo (2005), Fenómeno natural (2012), Crónica menor. Antología mezquina (2015), Un referente fundacional (2007) y Fauna terca (2011); estos dos últimos corresponden a ensayo y novela, respectivamente. Obtuvo el Primer Premio Fondo del Nacional de las Artes 1998; Tercer Premio Concurso Iberoamericano de Poesía Neruda, Temuco, Chile 2000; Primer Premio II Concurso Nacional de Poesía Javier Adúriz 2012. En 2008, en México, dos obras suyas obtuvieron premios: Mundo crudo –poesía- fue ganadora del Premio Internacional de Poesía Macedonio Palomino para obra publicada, y la novela Todos tus huesos apuntan al cielo, a finales de 2019 en el concurso internacional Ink de Novela Digital «René Avilés Fabila» (https://www.nodalcultura.am/2020/01/cuidar-la-memoria/). Este libro, que se editó en soporte digital, puede leerse en el sitio editorial-ink-com.

Fuente: Va con Firma

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