A 13 años del adiós de Bustriazo Ortiz: las historias cotidianas de una vida impar y una obra deslumbrante junio 2, 2023 – Publicado en: Uncategorized

Por Sergio De Matteo

Una obra literaria cuenta sobre los hombres, las mujeres, el mundo y las interrelaciones entre ellos. Asimismo, a veces, esa obra alude al autor o la autora, en una autoficción, es decir una novela que se contamina con parte de su biografía, o formatos aledaños, sea el epistolario, las memorias o los diarios, llamados «escrituras del yo», hasta la autobiografía (escritura de la propia vida). Philippe Lejeune la define como «relato retrospectivo en prosa que una persona real hace de su propia existencia, en tanto que pone el acento sobre su vida individual, en particular sobre la historia de su personalidad» (El pacto autobiográfico y otros estudios, Megazul-Endymion, 1994).

Quizás, la poesía, el género más intimista, más cercano a la espiritualidad, permite la fusión de vida y obra, de recreación simbólica del ser en la escritura poética, porque según Paul Ricoeur, la identidad del hombre es propiamente una identidad narrativa (Historia y narratividad, Paidós, 1999). Es decir, el ser humano se reconoce a sí mismo a partir de las narraciones que le permiten interpretar su vida en el mundo y darles un sentido ulterior, trascendente, metafísico.

Lo biográfico confluye en esa identidad narrativa, tiene anclaje, se ata a lo simbólico, pivotea sobre lo imaginario. En ese sentido, Jorge Monteleone nos aproxima una exégesis interesante de la obra y del poeta Juan L. Ortiz, cuando señala en el ensayo «Un hombre sin biografía» que «en Juanele la biografía no existe porque se transformó en mito poético […] No hay biografía para Juan L. Ortiz porque el poema mismo es una huella existencial, el trazo que lo singulariza en una página en blanco, como si dibujara su propia figura en los versos […] No hay biografía porque el sujeto se monumentaliza en el poema, como fluencia y metamorfosis», del libro El fantasma de un nombre. Poesía, imaginario, vida (Nube Negra, 2016).

Podría decirse que haciendo una transposición o comparación, que esa «identidad narrativa» condensada y multiplicada, a su vez, puede hallarse en la obra de Juan Carlos Bustriazo Ortiz, además de coincidir y conciliar con los preceptos de Monteleone respecto a Juanele, de mito poético, de huella existencial o del sujeto monumentalizado en el poema. En Bustriazo no hay fuera del texto, porque sus poemas se encuentran interpelados por sus propias vivencias, y no sólo porque incorpora a sus amigas/os como personajes, o testimonia a través de las marcas implícitas en los lugares en que rubrica la creación poética, sino porque él mismo se constituye en enunciado. Además de las variaciones del apellido, también se rebautiza en la vida y en su propia obra con diversos nombres, por lo tanto se llama (o le dicen) «Negro» o «Negrito» en su casa, el «Penca», Juanllanca, el piedra Juan, el Flamenco Bustriz, Juan Salado, Juanmilla, Juancamill, Juan azul, Carlos marilloso, Bustriazo el Viejo, Bustriazo el Joven, Linyera Poeta, el Milodón. Este proceso abona la recreación constante de un texto vital, todo puede ser considerado para la lectura o interpretación, desde datos biográficos a otros textos que no tengan, en principio, ninguna conexión en sí con el libro, como sucede con la hoja suelta en el Libro del Ghenpín.

No obstante, con estas acepciones y estos datos, podríamos pensar otra forma de acercamiento a la producción poética de Bustriazo Ortiz, de hecho, por medio del entrecruzamiento de su vida, sus poemas y, fundamentalmente, el anecdotario que se levanta tras su existencia.

Descubrimientos

Al regreso de Buenos Aires en el año 1992 comienzo a leer a autoras y autores pampeanos; entre los nombres se destacan Edgar Morisoli, Walter Cazenave, Ana María Lassalle, Juan Ricardo Nervi, Olga Reinoso, Guillermo Herzel, Teresa Girbal, Armando Inchaurraga, Marta Palchevich, Julio Domínguez, Diana Blanco, Dora Battiston, entre otres. Después crece el radio de lectura, tanto hacía atrás, es decir, la tradición (Hopff, Stieben, Prado), como con los emergentes de aquella época (Teresa Pérez, Pablo Fernández, Águeda Franco, Mario Lóriga). Pero entre los libros son varios los que me llaman la atención, La última noche del imperio (FEP, 1982), de Juan José Sena, El monstruo en la laguna (Ed. de Autor, 1992), de Alberto J. Acosta, Guía de ausencia (Ed. de Autor, 1994), de Miguel de la Cruz, y, por sobre todo, Unca bermeja (UNLPam, 1984), de Juan Carlos Bustriazo Ortiz.

Con el armado de ese mapa literario local, por afinidades generacionales mis preferencias recaen en Lóriga, Acosta y de la Cruz; pero la punzante narrativa de Sena, así como la excéntrica y disruptiva poética de Bustriazo, son insoslayables; por lo tanto voy en busca (como en el tiempo perdido) de ambos creadores. Durante un semestre visito a Juanjo Sena, viajando a «General Milonga», como le decía él, todos los viernes para juntarnos a partir de la medianoche en su casa de la Calle 10 Nº 339 (hoy demolida, lamentablemente). Al saber donde reside Bustriazo, en APE (Asociación Pampeana de Escritores), también voy a conocerlo, munido de un ejemplar de la Unca bermeja y de Los poemas puelches / Quetrales. Cantos del añorante, que el diario La Arena había publicado en 1991.

Por un tiempo asisto a la calle Lordi 73, con mis libros firmados con una caligrafía sorprendente, para hablar y aprender de un poeta extraordinario, siempre pulcro, sencillo y pleno de humildad. Hasta que un día abandona la casa de las y los escritores y le pierdo el rastro. Lo reencuentro en el año 2004, ya viviendo junto a Lidia Hernández, su viuda, en Mendoza y Pje. Stieben, después de haber «craneado» junto a los poetas y periodistas Cristian Aliaga y Andrés Cursaro la organización, también con el poeta Danilo Incerti, de las Jornadas Canto Quetral.

En esa primera visita nos recibe aquel mismo hombrecito pequeño, acicalado, con el peso de la vida sobre sus espaldas, pero aún sin conocer el real peso sobre la historia literaria. El reconocimiento de su genialidad venía agigantándose, con mito y leyenda incluido, a partir del artículo «El gran maestro secreto de la poesía del Sur», de Cristian Aliaga, que se publica en el suplemento de arte y cultura Confines, del diario El Patagónico (Chubut), el 25 de noviembre de 1995.

Anécdota 1

Un sábado 4 de diciembre de 2004 se concreta la Primera Jornada Canto Quetral en el Auditorio Juan Carlos Bustriazo Ortiz, del Centro Municipal de Cultura (también en el mismo lugar se realizan la 2da. Jornada, el 2 de diciembre de 2006; la 3ra. Jornada, el 5 de diciembre de 2009; y la 4ta. Jornada, el 2 de diciembre de 2016 en la Asociación Pampeana de Escritores). La fecha es significativa y un pretexto para poder festejar el cumpleaños del poeta, que había nacido el 3 de diciembre de 1929.

En el primer encuentro participan poetas e investigadores de la provincia y del resto del país, entre ellos Andrés Cursaro y Cristian Aliaga (Chubut), Carlos Juárez Aldazábal (Salta), Marcelo Silva (Corrientes) y Carla Rivara, Eugenio Conchèz, Miguel de la Cruz (La Pampa).

En dicha oportunidad sucedieron dos hechos importantes que, de alguna manera, sindican la ingeniosidad de Bustriazo y que da por tierra aquella estigmatización de enajenación de la realidad que impusiera Platón a los poetas, además de expulsarlos de La República por tergiversar el mundo de las ideas, al adosarles que «algo leve es el poeta, alado y sagrado, y no puede crear hasta que es poseído por el dios y está inconsciente y ya no hay razón en él».

Una de las curiosidades es cuando decide no concurrir al auditorio que lleva su nombre. Primero pregunta si al ingreso hay una chapa de bronce; ante la afirmación, hace silencio. Después alega que cada una de las aulas han sido identificadas con los apellidos de sus amigos, y todos están muertos; entonces afirma, contundente, que él aún no quiere encontrarse con la parca.

Otra de las festejadas ocurrencias sucede cuando se brinda por sus 75 años. El vino sobre la mesa es un Benjamín Nieto, y Bustriazo, con la copa en la mano la eleva al cielo, mira a los presentes, y sentencia: ¡Benjamín Nieto, yo soy tu abuelo!

Anécdota 2

Estando de gira (Trama Raíz, 2013) con Nicolás Rainone y el dúo Rojo Estambul, integrado por Josefina García y Nicolás Blum, a orillas de la laguna de Guatraché, que el mismo Bustriazo convirtiera en mito en el poema «De Guatraché» (Zambas del Piedra Juan -1954/1959-; en Canto Quetral, Tomo I, Ediciones Amerindia, 2008) y transpuesta en la famosa zamba musicalizada por Humberto Urquiza, el poeta y maestro Guillermo Herzel nos relata una de las tantas anécdotas que nutren la vida y la poética del autor de Elegías de la piedra que canta.

Bustriazo cuando viaja a la localidad sureña y visita a los Herzel, generalmente, se aloja en la casa de la familia o en un hotel. De aquí viene la historia que, transcripta, pierde no sólo la gestualidad sino también el formidable y encantatorio bozarrón de Guillermo, en donde rescata con exactitud pero, sin dudas, con apéndices, para convertirla en una interpretación cuasi artística.

«Bustriazo rentaba una habitación que poseía dos camas, y lo hacía con la condición de que no se ocupara la misma con otro inquilino desconocido. Es así que en una jornada de tormenta, cuando Bustriazo ya había salido a cumplir su ritualidad noctámbula (peña y etcéteras), arriba un hombre impedido de continuar viaje por el vendaval. El problema era que no había lugar, estaba completa la residencia; excepto la cama vacía de la pieza del poeta. Ante tales circunstancias el dueño decide salvaguardar su negocio y también asistir al desesperado viajero que no tenía donde cobijarse, por lo tanto accede a alquilarle la plaza por unas horas. La cuestión es que Bustriazo retorna a la madrugada y se encuentra con un extraño durmiendo en su aposento. Imposible para un metódico, detallista y obsesivo sujeto conciliar el sueño. En consecuencia, apelando a la imaginación, Bustriazo toma su maletín y extrae la calavera de una reina indígena que le habían obsequiado hacía tiempo. A la tenue (y lúgubre) luz de la vela empieza a recitar, seguramente, alguno de sus poemas con neologismos, lo que haría mucho más inentendibles sus palabras a esas altas horas de la noche. El viajero despierta por la liturgia del susurro y queda impávido ante semejante escena, entra en pánico entre las sombras, la calavera y un vate hablando vaya a saber en qué lengua, por lo que sale disparando apenas con lo puesto».

Frente a la risotada de todos y todas, agrega, Guillermo: «después de esa noche y de la ceremonia improvisada nunca jamás se lo vio acercarse al viajante por el pueblo».

Fuente: El Extremo Sur de la Patagonia

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