Entrevista con la poeta Liliana Lukin septiembre 4, 2023 – Publicado en: Entrevistas
Por Demian Paredes
Liliana Lukin, poeta, ensayista, promotora y gestora de proyectos culturales y editoriales, cuenta ya con una veintena de libros publicados. Su primer libro, Abracadabra, se publicó en 1978, y le siguieron, entre otros, Malasartes (1981), Descomposición (1986), Carne de tesoro (1990), Las preguntas (1998), Obra reunida 1978-2008 (2009), El Libro del Buen Amor (2015) y Ensayo sobre la piel (2018). Una obra que ha sido presentada, comentada y elogiada públicamente por colegas e intelectuales tales como Gonzalo Rojas, Alicia Silva Rey, Beatriz Sarlo, Horacio González, Nicolás Rosa, Noé Jitrik, Eduardo Grüner, Amalia Sato, Beatriz Vignoli, Luis O. Tedesco, Daniel Link, Delfina Muschietti, Jorge Monteleone y Tununa Mercado, entre muchas y muchos más. Una obra, un trabajo desplegado, que se puede conocer en la página web de la autora (lilianalukin.com.ar), y que ha sido traducido al inglés, francés, catalán, portugués y alemán.
Su nuevo libro, Museo de la Infancia (Espacio Hudson Ediciones), recupera aquellos tiempos vividos, reflexionando desde el presente. Como ella misma escribiera en un anterior poemario, Como se lleva a un niño (2020), “Lo que nunca se fue es un regalo del pasado”.
Liliana, ¿qué es lo que cambió en vos y/o en tu literatura, para que en este libro de poemas, El Museo de la Infancia, afirmes que mira o se entrelaza hacia tus libros escritos en el pasado, mientras que esos mismos anteriores libros iban o miraban hacia el futuro? ¿Qué hay, cómo se da ese cruce?
–El tiempo, el tiempo cambió mi vida, como siempre sucede y si bien este libro se fue escribiendo desde 2011 y fue postergado por la escritura de otros que se me impusieron, ese archivo se siguió llenando de papeles que, una vez escritos, sabía que pertenecían a esa “casa”. Me interesa pensar que las transformaciones son resultado del trenzado de una memoria antigua que va mutando, sin que se pierda nunca esa matriz emocional que me constituye: contemporánea de la Dictadura, los cuerpos han sido siempre mi “tema”: “yo soy mi cuerpo y eso es lo que escribo”. Se dijo, ya en los 80, que había allí una escritura “política”, y que hacía una escritura “femenina”, en los 90, una “erótica”, después, «una poética de la experiencia» y «poesía de pensamiento», pero en esas definiciones ¿no está acaso todo el espectro de lo que he escrito en estos más de 40 años: política, feminismo, duelo…? Cada libro es como una partitura: su música tiene los mismos acordes, pero varían los tonos, el clima que sus melodías tratan de imprimir en un aire saturado de sonidos, eso es lo que definiría una diferencia…
Encuentro y releo cartas recibidas, presentaciones, críticas, y descubro lo que otros/otras ya habían leído en mis libros y yo no había reconocido, o lo que ya sabía pero no tenía formulación teórica. Tuve el privilegio de tener una historia de lecturas anterior a la adolescencia, de tener después maestros como Noé Jitrik, Nicolás Rosa, Josefina Ludmer, Oscar Traversa, y me gusta decir que “no soy una mujer del siglo XXI. Soy una mujer del siglo XX que vive los problemas del siglo XIX, que son, aún, los problemas que las mujeres todavía tenemos en el siglo XXI”. En esa idea está la respuesta, en lo que se llama “pensamiento situado” se da la respuesta: “yo” soy todas, y todos mis libros arrojan su sombra sobre el pasado, tanto como los anteriores reaparecen y dialogan todavía en el presente.
Pareciera que en El Museo… combinás el recuerdo de la experiencia pasada, pero al mismo tiempo cierta reflexión en/desde este tiempo presente. ¿Están esas dos, y cuántas otras temporalidades o “dimensiones” en los poemas de este libro?
–Este libro, entonces, sí, religa “la que soy con la que fui”, dando un salto desde la infancia hasta los acontecimientos dolorosos de la pérdida inevitable de “aquello”, pero también de lo que en este hoy (incluyo poemas de 2020, 2021 y 2022) hay de aquello: la madre, todavía en este mundo, pero ya otra, está “tematizada” en varias partes del libro: es, definitivamente, la figura contra la cual se recorta esa infancia real, recreada en sus efectos, y es la figura contra la cual se define el ser de lo mujer que el “yo” del libro instala: amor-rencor, amor-deuda, amor-odio, ajustes de cuentas…. temas no explorados nunca hasta ahora en mi escritura. En contraposición, aparecen los hijos, el “yo” del libro y ese Otro amor y sus contradicciones y finalmente, hermana y hermanos, el padre y su desaparición de la escena. Y aparecen otras cuestiones, vinculadas al drama del origen migrante, de una lengua madre perdida, y a la Historia que todavía nos concierne como presente, tal como se puede leer en los poemas que abren y cierran el libro, que son los últimos escritos: ecos del pasado pero sin nostalgia, melancolía y claridad nuevas, otras formas de escribir ese cuerpo, no ajenas a nuevas experiencias impensables, la pandemia, a nuevas formas de la vida, los duelos, pero también la abuelidad, la decadencia de la edad, como marcas en la piel y en la escritura.
Viendo no sólo estos libros y estos fragmentos textuales (incluyendo a Pascal Quignard), sino incluso los de otros libros tuyos (como Ensayo sobre el poder y El Libro del Buen Amor), se aprecia tu interés por el “extracto” de tus lecturas y búsquedas. ¿Se puede decir que sos “fanática” del fragmento y del epígrafe, de la cita textual?
–Yo diría que simplemente me apasiona compartir mis lecturas, que años de coordinar talleres de escritura y clínicas de poesía desarrollaron esa pasión de dar a leer lo que, de alguna manera, colecciono, que me fascina ver cómo en las citas que guardo porque “me hablan” encuentro, a posteriori, correspondencias con lo ya escrito (nunca escribo “a partir” de una cita), y me da mucho placer mostrar esas relaciones.
Conozco el riesgo de que en la lectura se piense que las citas motivaron los textos: nada de eso sucedió nunca, las busco en mis papeles para, digamos “vestir el libro”, una vez terminado, para que cada libro sea varios libros, disparador de lecturas futuras, diálogo con una biblioteca/archivo que fui construyendo y deseos de darla a probar. Pero es cierto que, a veces, completan o explican “eso” que es el poema o texto del libro: efectos que busco, que no temo mostrar.
En El Museo… hay muchas reproducciones de tus dibujos y ejercicios pre escolares, y de la escritura cuando cursabas segundo grado de la escuela primaria. Otro libro tuyo, retórica erótica (2002) también reproduce tu letra (en ese caso, caligrafiada), además de imágenes de desnudos femeninos. ¿Qué relación encontrás o establecés entre las imágenes y las palabras? ¿Tenés ejemplos, objetivos y/o logros al respecto?
–En el archivo que es mi propia casa con sus objetos atesorados, estuvieron siempre incluidos los cuadernos de infancia, (donde dibujaba y mi mamá me enseñaba a escribir con esa letra de las páginas incluidas en este libro) siempre a la espera, como material para un proyecto futuro. El Museo… fue el lugar para ese archivo, y da a ver una imaginería no solo infantil, sino “de época”, que remite a un pasado de usos y costumbres, entrañable. En retórica erótica, veinte años antes, había llegado a teorizar la alianza entre la letra y el cuerpo, con poemas que, con el dibujo de la letra con una lapicera de pluma cortada y las fotos “de estudio” de mujeres desnudas, del siglo XIX y principios del XX, se duplica la relación. Entre un “ella” y su deseo, sus ideas y emociones, y un “él” que está siempre ausente, pero estuvo, estará, no en las imágenes, ni en las palabras que no puede decir, se arman las escenas de los poemas. Es un libro “de tesis”, teoriza sin hacerlo visible el problema de lo que llamábamos “la diferencia” entre hombres y mujeres, en el plano profundo de lo amoroso, y lo hace de la manera más erótica posible: cuerpos, letra manuscrita, la espera, el placer, el silencio como respuesta. Es decir, hace visible (da a ver, da a leer) el par imagen-palabra. Esta relación persiste en otros devenires, coexistentes con la escritura. En 2004, diseño, a pedido del maestro Oscar Traversa, la materia Literatura y fenómenos transpositivos al cine, para la recién creada Universidad Nacional de las Artes, donde sigo siendo docente. Simultáneamente, invento, como curadora y coordinadora, las Jornadas Cuerpos Argentinos, que entre 2007 y 2012 hicieron hablar, desde la UNA y luego en sociedad con Psicología de la UBA, a 100 actores de todas las disciplinas existentes, sobre sus obras e investigaciones. Así, pintura, teatro, video-arte, literatura, psicoanálisis, filosofía, semiótica, performances, danza, cine, arte callejero, archivos de la memoria, antropología forense, crítica de artes, fotografía, y más, presentaron sus experiencias en una escena colectiva. Mientras tanto, en 2007, publico Teatro de Operaciones. Anatomía y Literatura, un libro pautado por fotos y grabados en calcos, cuyos subtítulos son Campo quirúrgico e Ingeniería Natural. Las obsesiones o elecciones persisten, digamos “toman cuerpo” y no las dejo caer.
¿Y estás escribiendo actualmente? ¿Tenés planes de nuevos libros?
–En 2024 se publicará un libro pequeño, en formato artesanal, cosido, encarpetado, con fotos y poemas, bajo el título La edad es la puerta de la belleza, frase del amado Pascal Quignard en su libro Morir por pensar, y que, escrito entre 2014 y 2016, es el tributo a la maternidad de mi hija y a la existencia de la primera de las criaturas de mi sangre que mis hijos dieron a la vida. En 2020 publiqué un libro escrito entre 2018 y 2020, por mi compañero fallecido en 2018. Se llama Como se lleva a un niño, frase que proviene de un texto de Derrida, donde dice “hay que llevar el duelo como se lleva a un niño”, a propósito de un poema de Celan, discutido y analizado con su amigo Gadamer, quien muere antes de concluir el diálogo. Mi libro de duelo fue precedido por la publicación, en 2018, de Ensayo sobre la piel, otra escritura de duelo por mi hermano menor, fallecido a los 58 años, en 2016, víctima del Alzheimer y de las instituciones de salud, un libro de denuncia y testimonio. Como se lleva a un niño fue, como dije alguna vez, sobre “su ausencia en mí” y mientras se editaba y presentaba, en pandemia y por zoom, por supuesto continué escribiendo sobre “eso”, en la extenuación de la letra y del cuerpo. Después me di cuenta de que esos textos que considero la segunda parte del libro de duelo por mi compañero de vida, eran, ya no sobre “su ausencia en mí”, sino sobre “quién soy yo sin él”, o bien, “quién soy ahora que no está”.
Esa escritura fue interrumpida por la edición y presentación de El Museo de la Infancia, que merecía ya lugar. Toda edición incluye, para mí, armados y rearmados de la estructura, un sopesar muy exacto del equilibrio visual de cada parte, lecturas y relecturas para escuchar efectos (sonoros, temáticos), y eso suspendió casi toda mi escritura poética, aunque continúa produciéndose en pequeña escala, por las noches, en papeles o cuadernos, y así me sorprenderé cuando decida revisar qué hay en la carpeta llamada “inéditos”, y lea textos que no recuerdo haber escrito, y si aún me conmueven, seré feliz.
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Poemas de El Museo de la Infancia
Por Liliana Lukin
Aunque mire a lo hondo, no veré el lecho musgoso,
lo que allí se macera desde siempre, acumulando
residuos, tantos pies que entraron y no volvieron
a salir, risas que cubrían el aire, el agua sacudida
por los brazos. Hubo felicidades de cuerpos ajenos,
hubo crimen y silencios para flotar en la transparencia.
Pero aunque mire más hondo aún, no lograré ver
ni la mitad de lo vivido por otros, ni la mitad terrible,
ni la mitad de la mitad de lo vivido por mí.
Ella dice algo así como “cada uno es su propia trampa”
y siempre vuelvo a leer su historia de la estola de zorro
usada como alfombra para dar de comer a los verdugos.
Es probable que yo haya escapado, que haya podido
romper la puerta, la tapa, la reja, la soga, la letra
en la que estuve atrapada, y la escriba y la escribiré.
Pero si miro a lo hondo no veo lo que quisiera ver:
las marcas del daño se borraron, no son duras cáscaras,
no duelen, sólo tapan el aire, muescas en un cuerpo
que agitan las risas, el agua, lo que podemos saber,
y yo insisto en mirar, buscar allí, raspar y ver la sangre,
sus hilos finos, como alambres que cosen mis días.
I
Señora de los milagros:
yo soy mi cuerpo
y eso es lo que escribo
florecer incansablemente, estar a la vera
del camino y que ningún pasar destruya
los brotes de eso que llamamos felicidad,
proliferar en mí misma , y en el pequeño
universo que hace lugar a mi insistencia,
reirme de los obstinados, de los obstáculos,
y de los que inflingen daño no reirme,
como si fueran humo, tragar el veneno,
escupirlo y sobrevivir.
Yo soy mi cuerpo y doy
flor, incansablemente.
V
Una mujer es su propia madre , dijo,
y yo tardé en abandonar ese amor
que dictaba sus mareas,
golpeando contra las piedras de mí
sus aguas, ya no nutrientes, ya no
ecuánimes, ya no.
Madre de mí soy, definitivamente,
y eso me deja huérfana,
libre, pero huérfana.
I
Yo soy sola, el amor me rodea
y el odio, pero a manos llenas
voy dejando caer migajas ínfimas
del pan de mi memoria, húmedo
y espeso.
Soy sola, yo, si se puede usar todavía
ese pronombre, insustituible aún
para decir “esta es mi carne”, come,
“este es mi cuerpo”, toca, lame,
dame más.
Sola, ingenua pero no inocente, letra
cruda y lengua en vilo, deseo
y decisión, siempre que sea en contra
de “esa” ley, por nuestra ley,
eso doy. Yo soy sola.
IV
Las fotos como máquinas de sentir, feroces réplicas
de lo que ya no está, las tan atesoradas,
esquirlas de lo que fuimos, punzantes restos
de lo que creimos ser,
las que llenan la cama donde desparramo
ese damero del tiempo tapizando el espacio del dormir,
del no dormir pensando en lo que acabo de ver:
retazos de mí, espejo en el espejo de la memoria,
como si yo fuera una casa, mi propia casa de sufrir
y de gozar, mi hogar en rectángulos de luz.
I
En ella se podía entrar como a una casa
y como en una casa en ella quedarse a vivir
pero por fuera
siempre un poco por fuera
no olvido que me dijo “sos la cabeza madre”
pero lo negué, tres veces lo negué,
y entonces dijo “bueno, la madre de la cabeza”
siendo ya grandes ambas, mujer y mujer.
II
Se trata del cordón que liga y religa a mis hijos
con mi madre-padre, como trenzado
por marineros ante el canto de las sirenas:
siempre en peligro.
IV
En el aire lleno de objetos de mi paraíso
prometido ellos crecieron y su vida ha tenido objeto
lejos de mí: ahora persigo quieta su amor incondicional
que se mueve en las palabras,
de acá
para allá
el tiempo les hago perder y ellos me dan
la pérdida de su infancia:
un duelo para el que nadie me había preparado
hace falta mucha paciencia para trabajar la pasión.
III
Anoche besé a mi papá: fue un beso en los labios,
él sentado y sin tocarme
y yo inclinada sobre su cara,
concienzudamente mordisqueando
su boca apenas abierta, pasiva
pero ofreciéndose.
Me había nombrado su enamorada, es cierto,
pero el nombre no justifica la acción,
considerando que yo dormía,
que fue un sueño que me despertó,
y que él, mi padre, ha muerto.
7/2020