Brustriazo Ortiz: inclasificable, alquimista, francotirador enero 10, 2023 – Publicado en: Poesía
Por María Malusardi
La poesía del pampeano Juan Carlos Bustriazo Ortiz (1929-2010) habita un borde eléctrico y disidente. Un lugar donde el lenguaje, cayendo hacia lo más incierto del sentido, araña a contrapelo. Y descoloca, aunque tensiona y cede. No avanza en espiral sino en abierto ramillete, despachando esporas como trenes al viento. A velocidad, las palabras se amarran entre sí y aterradas galopan, se dispersan y vuelven a reunirse. Movimiento convulsivo entre el caos y el ensamble que fertiliza un poetizar sincrónico con la rebeldía del existir.
“qué te hicieron los malos el maloso hijodiablo sin madre el
hijonegro qué dijiste al morir encenizada qué cantaste al
romperte entre los muertos melodía de puma enamorada cascabel
amarillo centelleo de obsidiana rajada entre los hombres por
los golpes del hijo del infierno piedrón toro qué trote de
tu ánima arrojada a la tierra qué desvelo ay tu ala de sal
arrojadiza la gangrena lo acabe en aborrezco piedra mía que
exudas tu nostalgia tu estampado clamor tu ruido seco ave
piedra maría buenas lágrimas ave piedra rayén lo aplaste el
cielo curalán curalán lancur se ahoguen se le pudran los
hijos en el seno se agusanen sus ojos piedra rota dulce
piedra caída y amén quiero!”
“amor de piedra rota, descuajalada maldición” se titula este poema. Una muestra de los condimentos lingüísticos que Bustriazo despliega obligando a los lectores a escuchar abiertamente, a descubrir sus “bajo continuo”, sus quebraduras, sus zonas nerviosas. Sus timbales e incandescencias. Sus desesperaciones rítmicas; sus serenas armonías. Sus sentidos oblicuos, sus sentidos adversos, sus sentidos atrevidos, mágicos, oscuros. No pide comprensión sencilla, sino sencillez incomprensible/incomprendida porque lame y arrastra el lenguaje como canción bordada en el cuerpo. Es sensorial y arrollador el modo de entrometerse. Hay que dejarse leer por el poema para avivarlo y encenderlo. Hay que leerlo a contraluz, en el fondo de la espera. Y releerlo y cantarlo, dándole voz y amor al sinsentido. Una poética de rompiente al acecho. Aunque la métrica tradicional martille las raíces de su decir continuo.
“oh mi violeta más mojada
cáenme jotes de la niebla
y en desgarranza una cosa azul
ya no vendrás nunca en la nube
o parecéme que no vendrás
a desnudarte en los azafranes
oh mi cuenta de collar negra
cómo vuélvesme bajo el álamo
en la tarde tan compungida
en los becerros de gacho sueño
con el ánima en lo que es verde
en las ramas de piel lagarta
en esta hermosa casa en lo blanco
donde pena el alma del conde
cómo rodéasme y tengo horror
mazorca bruna costilla de agua
riñón de luna pan cobrizo
fuente de granates en la sombra
cáenme jotes de la niebla
paloma tostada ay aquí!”
Poeta imprescindible –dice la escritora María Negroni–, inclasificable, perteneciente a esa línea de alquimistas y francotiradores que operan “en una lengua desconocida, hecha de destellos”. En su caso, asegura Negroni, “la gramática enloquece del todo. Ninguna normativa queda en pie”. Un aquelarre semántico, continúa la autora de Museo negro, “donde la palabra queda liberada de su deber de eficacia para entregarse a una complicidad con el vacío, que es otro nombre de la imaginación. Nada hay que no participe aquí de la revuelta. Adverbios, adjetivos, sustantivos, verbos, prefijos y sufijos: todo se insubordina. Sin contar la variedad de registros lingüísticos que, al combinar las resonancias telúricas con cierta jerga popular y tanguera, y lo castizo más recalcitrante, aumenta la sensación de cataclismo”.
“vengan noches, que el pan es una boca en la boca que huye de la espina.
vengan cielos, la yesca de la mesa tañe de oro sagrado, repartida, una
llama que cae en las cabezas, un quetral de los cielos, una niña que se
sale de la niebla, que se hornea, que se arrulla de pan de olor, cobriza, nie-
bla niebla de olor, ala en la yesca, juan, la luna es una ascua conmovida, ven-
gan árboles vivos, rosas, pájaros, heriduras no me oigan, muertes finas…”
Este fragmento defiende el modo autónomo de Bustriazo, su temblor de endecasílabo. “Entre la tradición y la vanguardia, crece como una flor poco menos que sola en la poesía de su provincia, como una extraña expresión de lirismo y experimentación en la poesía de Argentina y Latinoamérica”, esclarece con cierta amorosidad María Teresa Andruetto, en uno de los ensayos incluido en Hasta mañana, lengua! Los años de la iluminación, volumen editado por Espacio Hudson y curado exhaustivamente por el autor patagónico Cristian Aliaga, acaso su mejor mentor. El volumen, de casi 400 páginas, recopila ocho libros fundamentales, de los 76 que, según el mismo Bustriazo ha declarado, llegó a escribir, además de una decena de ensayos sobre su obra, una cronología puntillosa de su vida y demás material que ubica al poeta en una cumbre luminosa, merecidamente.
Aliaga, que viene rastreando la obra del poeta desde hace décadas, asegura sin equívoco que leer a Bustriazo es adictivo. “La sustancia única de esa adicción surge de esa obra inclasificable de la que él mismo prácticamente no hablaba ni se dedicaba a analizar o recrear. Su efecto se acerca más al que provocan ciertas grabaciones de músicos legendarios, o esos manuscritos recuperados que reaparecen a la vuelta de los tiempos con su potencia de conmoción inamovible.”
Aliaga hace hincapié –y es evidente si releemos las “Soledades” de Góngora– en la presencia de una tradición poética española del Siglo de Oro entrelazada con la oralidad del criollismo del gaucho. “Selecciona elementos legendarios, efectúa un montaje de inteligencia y espíritu ritual, revela un lenguaje desde un mundo ‘otro’ surgido de su apropiación simbólica del universo pampeano (…). Los suyos son ‘himnos a la noche’, eróticos y trágicos, de sensualidad exacerbada, cantos a la existencia intensa de quien bordea un saber ancestral cargado de símbolos.”
Vida de poeta
Acaso tenía 12 años cuando empezó a interesarse por la poesía. Terminó sexto grado y enseguida empezó a trabajar como radiotelegrafista, oficio hoy en desuso. Le gustaba la literatura. Y leía, en especial poesía. Mucha poesía.
Un recuerdo de su niñez lo desconcertaba: “Era niño aún y apareció un anciano con un rollo de papeles escritos y le dijo a mi mamá que yo iba a ser poeta. ¡Y fui poeta! ¿Quién era ese anciano? No sé. Tiene que haber sido algún escritor, algún poeta. Qué lástima que no se me ocurrió preguntarle quién era, yo era un niño y no se me ocurrió. Qué notable eso, ¿no? Con un rollo de papel escrito estaba ese anciano. Me vio y vio mi futuro. Misterioso, ¿no?”.
Le gustaban la noche y las peñas. Y luego, buscaba espacios solitarios donde inspirarse. “Me iba solo por ahí y nacían los libros. Me acuerdo que me venía la inspiración de arriba, como que me bajaba del cielo y yo escribía sin ningún error ortográfico. De tantas cosas me hablaba la inspiración. Tanto que yo escribí 76 libros.”
“agujero celeste del temple madrugado pasan esquirlas
locas pasan borrachos perros cascoteados
enamorados bichos carapachos pasan chicuelas
con ombligos rubios pasa la muerte ni con miel
ni espanto”
Desconcierta la permanente reinvención del idioma. Acaso porque cada palabra ofrece un límite, Bustriazo encontraba otros modos del decir torciendo. “He inventado muchas palabras, sí –confesó a Andrés Cursaro en alguna de sus largas conversaciones publicada en Hasta mañana, lengua!–. Lo hice porque yo quería decir alguna cosa y no podía con las otras palabras existentes y tenía que inventar una palabra para poder decir correctamente lo que quería decir, y por eso empecé a inventar tantas palabras. Se me ocurrió hacerlo sin haber visto eso en otros poetas. No sé si en ese momento lo harían otros, después seguro que sí. Con el idioma hacía muchas cosas, pude hacer muchas cosas felizmente. No me creo un superdotado por supuesto, pero lo hacía tan fácilmente. Huesolita, por ejemplo: es de hueso, solita. Delgadita, algo así.”
“Adiós, adiós. Hasta mañana, lengua,
lueguito o no, luegura si me llega,
levantar me, nacerme de la huesa,
la sabanura, almohada, estotra greda
de la que subo taza, vaso o luenga
jarra de Juan. Hasta mañana, lengua!”
Foto: Marisa Negri
Fuente: Caras y Caretas