Las convenciones indican que, por el solo hecho de leer, estamos en condiciones de juzgar si una novela es de nuestro agrado o no. Pues bien, a veces da gusto descubrir que somos apenas el humilde instrumento (la mano, la espada, la guillotina, la inyección letal, la batalla decisiva) que ejecuta un destino.
Eso ocurre con el periodista, escritor y docente Nerio Tello. Su prosa nos hace parte del artefacto narrativo, como un milagro que trabaja en la afanosa tarea de convertirnos en cómplices. Por eso se destaca: es tremendamente difícil escribir simple e ir al corazón de una idea sin sobreabundar en adjetivaciones o frases cargadas de intelectualismos innecesarios. No sé si es un resultado buscado pero sin duda funciona de modo efectivo, emotivo y afectivo. ¿Qué designa esto? Ni más ni menos que el talento de contar lo cotidiano.
Teoría general de la indecisión, (Ediciones Espacio Hudson, 2020), es una novela situada en la crisis del año 2001 y permítanme decir que, incluso a mi pesar, cada personaje tiene grandes motivos para convencernos de su causa. Todos están dañados, tienen deudas, se equivocaron, fueron estafados y son un fiasco para alguien. Somos nosotres, por eso pienso: ¿hay algo más delicioso que ser tocado por una obra?
Sin embargo, hay algo más respecto de este libro que me interesa compartir con ustedes, ya que esto no es una reseña. Desde hace unos años, cuando leo una novela, me dedico a subrayar y transcribir esos pasajes que condensan ideas severas, poderosas, las que escapan al marco estricto del relato. ¿Cómo no maravillarse cuando un pedazo de la historia es, también o además, una breve poesía, un aforismo, un principio ético, una denuncia, un grafiti, algo con la autonomía relativa suficiente como para funcionar por sí mismo, más allá del corpus general de la ficción? Por ejemplo: “Los sueños son vidrios quebrados por la lógica”, dice Horacio en Teoría general de la indecisión. Un personaje dice eso y yo pienso en su inventor: no sé nada de Nerio Tello pero me dan ganas de saber sobre el hombre que construyó, para Horacio, esa idea. Y es que todo en una historia habla de lo que ocurre a sus personajes pero, algunos fragmentos, sin duda nos hablan más de quien la escribió.
Me gusta pensar en esos fragmentos como puentes invisibles que se tienden entre una forma de la voz, la que enuncia, e infinitas formas de conciencia que son capaces de oírla. Son, como dije al principio, complicidades con el artefacto narrativo. Será que, como menciona en el prólogo Enzo Maqueira, el de Tello, es el caso de un escritor de oficio. Creo que semejante calificación le hace una gran justicia a esa pluma que discurre con impronta de sabedor. Por eso se nota, en el sentido de que es notable, la experiencia con la escritura. Y permítanme decir que esto de la experiencia no necesariamente es un mérito, bien podría resultar un escollo en caso de que el escritor se desapegue demasiado del destinatario para adentrarse en una prosa para sí. (Quiero decir: cuando se dijo mucho para afuera, la tentación puede devenir en una vuelta al origen, o al ejercicio de cierta palabra restringida en búsqueda de un lenguaje propio y privado, cada vez menos interesado en ser decodificado por otres. Quién sabe).
Por eso, si para Jimi Hendrix la música es el silencio entre las notas, acá la literatura es el secreto entre las palabras. Y encontrar buena literatura puede ser tan difícil como guardar un secreto. O escuchar el silencio. “Veinte años no es nada”, dice el tango, y ese tiempo transcurrido del 2001 hasta ahora es nuestra historia reciente, esa que hace ruido y nos deja en silencio cuando la miramos, como esta bella novela que les invito con vehemencia a leer.
*Julieta E. Santos (1982). Escritora, correctora y editora. Licenciada en Ciencias de la Educación y Magister en Políticas Sociales y Derechos Humanos. Autora de Templanza (Irma), editorial El Colectivo (2019) y #Tripacorazón, editorial Milena Caserola (2020). De Buenos Aires, recientemente instalada en Bariloche, donde participa en actividades editoriales y culturales de la región patagónica.